Raúl Alberto Montoya Rodriguez
Psicólogo con enfoque logoterapeutico y docente Waldorf del colegio Rukantu
A continuación les facilitamos un cuento que, usando elementos nativos del centro de Chile, proporciona herramientas para el proceso de cambio, pérdida, agradecimiento al vínculo forjado y transición. Esperamos que lo disfruten.
Hace mucho tiempo, en un valle escondido entre montañas, de espinos abundantes y suelos arenosos, aquí, en algún lugar de nuestra región, vivía una inmensa comunidad de cururos ¿han visto ustedes los cururos? Son esa especie de ratoncitos negros, muy grandes por cierto, que les encanta escabar madrigueras. Se meten por todas partes y hacen grandes hoyos en la tierra, construyendo allí abajo sus casas.
Resulta que estos cururos habían logrado una inmensa extensión de galerías y pasadizos. Su casa era tan grande que el suelo se había vuelto muy frágil en la superficie. Los cururos no lo sabían, pues ellos seguían trabajando en las tardes y amaneceres y jugando durante el día con unas pequeñas esferas de oro que les entregaban los mayores. Estas bolitas habían estado en su comunidad durante generaciones y jugar con ellasles permitía aprender cosas interesantes junto a sus amigos.
Un día, un auto desprevenido, pasó a toda velocidad por el sitio sin darse cuenta que era una cururera, aplastando todas las madrigueras. Los cururos, que escucharon las vibraciones, huyeron antes del siniestro dispersándose por doquier, perdiendo sus casas y a muchos de sus amigos, pues en la rapidez de la huida las familias tomaron diferentes caminos en valles distantes.
¡Pobres cururos! que tan amigos eran desde siempre, ahora no se podían ver ni jugar juntos con sus bolitas de oro. Esto los puso muy tristes, pues no sabían bien donde estaban los otros, lo único que conocían es que estaban a salvo.
Resulta que, de tanto caminar, los cururos se encontraron con otras comunidades muy lejos de su antigua casa. Estos grupos también eran muy amables y les gustaba compartir y jugar. También tenían sus bolitas de oro y, en equipo, lograron aprender muchas cosas nuevas de los grandes y su nuevo lugar. Juntos, construyeron nuevas madrigueras y lugares para aprender y sus corazones se llenaron de felicidad. No obstante, en su pecho, anhelaban ver a sus antiguos amigos, pero aún no podían, así que, en paciencia, esperaron. Fue entonces un día que llegaron noticias de otros valles y de los cururos con los que alguna vez habían crecido; compartieron entonces todos los conocimientos y con ellos, juntos, lograron crear más y mejores curureras para que los más jóvenes pudieran seguir aprendiendo del juego de la esferita dorada.
Se cuenta que desde entonces, cada cururo, hace un juramento frente a la bolita dorada y lo repite junto a los otros para que no olviden sus juegos y lo que los une, y por eso decían:
Cururo, cururo
fuerte yo soy
de mis ancestros
en el corazón
el conocimiento llevo yo.