En búsqueda de la autoridad verdadera

 Raul Alberto Montoya Rodríguez 

Psicólogo y pedagogo Waldorf  – Profesor kínder de Rukantu

Corría un ajetreado Mayo y realizábamos la primera reunión de avances con una madre. Su rostro mostraba cierto asombro al escuchar nuestras observaciones sobre su hijo y como sus avances, muy significativos, se habían mantenido en el tiempo. Ella replico con extrañeza –En casa es un niño completamente diferente. Si, se comparta mejor, pero se desbanda y sigue sin hacer caso-. Con cara pensativa nos observamos junto a mi dupla e hicimos algo de memoria sobre el niño.

 –Descríbame como es su mañana y como va de la mano con lo que le hemos recomendado-  comento mi compañera.  Si bien había mejorado los ritmos diarios  con su hijo, ella describió una relación muy simétrica en la cual la negociación primaba sobre la disciplina y una actitud de “amiga” más que de madre. Habíamos, de cierta forma, encontrado la causa del pequeño doppelganger que la madre se llevaba a casa: una necesidad de autoridad latente

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Efigie de Julio Cesar, símbolo de una autoridad castrense

 

¿Pero qué es la autoridad en la pedagogía Waldorf? Partamos con que es una palabra temida, banalizada y repudiada por nuestra generación de “seres libres”  y que, junto a la palabra “disciplina” suele ser relegada a espacios castrenses  ¿cómo es entonces que esta es tan importante en una pedagogía que busca el desarrollo de la libertad del ser humano por sobre cualquier cosa? Haciéndola una autoridad amada que permita guiar el desarrollo del humano hacia su propia consciencia del Yo y esa, es de hecho, uno de los grandes retos del docente y padre Waldorf: construirse para ser una autoridad justa.

Para construir la autoridad justa, esa que, en la primera infancia debe ser amada y digna de ser repetida, sin caer en el autoritarismo es complejo ya que se necesita de una autenticidad coherente con el mundo.  Esa coherencia, que ha de ser prístina, suele estar viciada por nuestra relación con el mundo y los roles que sentimos debemos llevar a cabo. El temor a mostrarse débil, no ser lo suficiente interesante o cualquier acción que nos haga ser rechazado del grupo, nos lleva a construir una “mascara” para entrar en un papel para  jugar a ser una persona deseable para el otro,  afectando, consciente o inconscientemente, nuestro Yo y alejándonos de ser libre.

Si no se es lo suficientemente coherente en el fuero interno y externo con el YO, sucederán dos cosas. Por un lado, los niños, pueden sentir la ambivalencia y tensaran el limite o no respetaran a la autoridad, pues esta no lo será ya que no es coherente internamente; por otro lado, los  adolescentes, harán lo mismo, pero puede que en “el engaño” busquen crear o imitar a la autoridad y la falta de consistencia genere “ruido en su interior” llevándolos a  no ser auténticos y crear un baile de incoherencias internas ya que la percepción de importancia de los fenómenos, es decir, de las cosas que suceden en su realidad, parte desde sus figuras de autoridad (pares, padres y docentes) incluso por sobre sus propias percepciones.

Pensemos en el pequeño del ejemplo que en casa es completamente diferente a como lo es en el colegio. Puede que en  el hogar sea alegre, intenso y algo problemático, mientras que en el colegio es sumiso, colaborador y acomedido.   Desconcierto surge entre los profesores y sus familiares ¿qué sucede? Planteo dos opciones: 1. En casa, al existir más confianza, nuestro personaje se muestra tal cual es pues ya sabe cómo se va a reaccionar frente a sus quehaceres y travesuras, tensa el límite y lo sobrepasa, baja a sus padres a su igual; por otro lado, en el colegio,  busca comportarse de una manera más sumisa, que esté de acuerdo a la autoridad que se le presenta, tensa el limite pero este es claro, se sabe lo que debe y lo que no debe hacer, hasta donde llegar. Por otro lado 2. Los limites se ven afectados en ambas instancias, en una pueden ser muy blandos o no definidos, en la otras claros y concisos y eso afecta su actuar, sin embargo, ambos hechos se modifican por el grado de confianza que pueda tener el pequeño para poder expresarse tal cual es, no buscando agradar para manipular o ser disruptivo para ser visto, sino que se acepta y se guía en su estar claro. La autoridad da la claridad y seguridad que necesita para expresarse tal cual es.

Es importante recordar que se educa en la libertad y eso significa que los infantes deben  poder mostrarse tal cual son, pues su yo debe plantarse firme ante el mundo para poder desarrollar los objetivos a los que viene,   por ello el adulto que sea autoridad debe hacer un trabajo extra: el de abrirse al otro tal cual es, con sus virtudes y defectos.[1] Esto presenta un gran problema: mostrar la vulnerabilidad. Es precisamente el proteger esos estados de indefensión lo que en nuestra infancia y adolescencia genero mascaras (entendidas como comportamientos, conscientes o no, para evitar ser lastimados) que cubren a la persona, es decir, el Yo que es coherente con lo que piensa, siente y hace y que madura y se manifiesta en un camino que termina cerca de los veintiún años.  

Estatua de Gabriela Mistral. Ejemplo de una autoridad amada y amorosa.
Estatua de Gabriela Mistral. Ejemplo de una autoridad amada y amorosa.

Es importante recordar que todos hemos formado mascaras que cubren nuestra persona en busca de encajar en algún contexto; algunas son más fuertes y complejas que otras y se adecuan mucho a los rangos u oficios que ostentamos, es por eso que una persona adulta, en un cargo docente, suele pecar de usar la máscara de “profesor” y lo que representa, dejando de ser autentico y coherente con su “Yo” real, movilizando en sus alumnos una falsa imagen, que, si bien puede guiarlos, podría ser confusa para ellos o, en el peor de los casos, convertirse en un falso ídolo que al caer destruya toda una vida.

Recuerdo varios casos de adolescentes que tenían a sus padres y profesores como una referencia moral. Seres henchidos de virtudes que marcaban la pauta de su Yo juvenil y, en algún m

omento, tuvieron la decepción de verse transformados en personas que eran imperfectas, que ocultaban vicios o defectos, incluso que predicaban sin aplicar. Estos ídolos, al ser la columna vertebral del corazón de estas personas, al caer, generaban una huella inmensa, llena de odio y remordimientos, que se extendían en el tiempo y se proyectaban a parejas o formas de actuar en la vida, alojándose de manera no consciente y necesitando de un trabajo terapéutico para ser sanadas.

Lo cierto es que la línea entre la confianza y falta de autoridad es muy sinuosa. Ser autentico puede desdibujar el límite y pasar de “autoridad” a “amigo” (cosa muy común en los padres de hoy día) y con ello el dicho “das la mano y te toman el codo” ¿Qué hacer entonces? El adulto debe desarrollar una coherencia interna significativa para lograr ser la autoridad amada, que es digna de observar el YO del otro, ya que es un TÚ que no esconde y acoge, que busca comprender y respeta la individualidad. Para ello, se debe emprender un camino de búsqueda interior y de meditación constante para  desbloquear las propias máscaras y poder ver a los otros también como seres que lo construyen y respetan. 

La invitación de esta reflexión es pues a la auto revisión constante, al desarrollo de nuestras capacidades espirituales (nooeticas, como lo diría Frankl) para así lograr encontrar nuestro yo, hacerlo coherente con nuestro pensar, sentir y querer; manteniendo en claro que la coherencia completa toma mucho tiempo para logarse y lo importante es mantenerse en el camino, pues así, el esfuerzo ya será un signo de coherencia que permitirá ser digno espejo de nuestra infancia y adolescencia, permitiendo que se puedan reflejar y crearse en su individualidad.


[1] Por lado del docente, la máscara que imponga su alumno puede dificultar la forma como el construye el camino de enseñanza y guiar a caminos innecesarios o nocivos, por ejemplo, asignar mal instrumento que templara su temperamento o desarrollar clases ineficientes.