Sobre la educación especial

Sobre la educación especial, la inclusión y la pedagogía Waldorf.

Por: Raúl Alberto Montoya Rodríguez.

Psicólogo y Pedagogo Waldorf.

 

Estando en una sesión de estudio con mi compañera docente ella me comentó que <siempre se espera de la educación Waldorf niños sin problemas, casos casi perfectos. No debiese ser así> No puedo afirmar que esto sea cierto aunque lo parezca, pues siempre se ven niños muy diestros, alegres y participativos pero ¿hasta qué punto este modelo educación es un bálsamo curativo? La experiencia y observación me han mostrado que  lo es a niveles insospechados.  

Esto lo comento pues en nuestro curso trabajamos con ahínco con los mal llamados <casos especiales>, niños que han sido rechazados de otras instituciones (tradicionales y Waldorf) por distintos motivos que se decantan a <<niños problema>> o con algún diagnóstico, cognitivo o comportamental. Esta no es una tarea fácil pero siempre  reconforta los avances, por ello nunca olvidamos la máxima goethiana, enarbolada por la antroposofía y la logoterapia: <si tratas al individuo como si fuese lo que debería ser y podría ser, se convertirá en lo que debiera y podría ser>. Esta es la base de aquel bálsamo.

Poseemos varios casos en el curso y otros tantos en el colegio, algunos diagnosticados, otros supuestos, todos, sin embargo, evolucionando hermosamente con el pasar de los días, ya que, a pesar de las situaciones complejas e inesperadas, el grupo y el esfuerzo de los maestros es en sí un hecho terapéutico constante, pues reconoce el potencial del niño, esa parte sana y pluripotente que habita en su alma, esa que nunca enferma y espera la creación de las condiciones propicias para manifestarse en todo su esplendor y aportar lo que está destinado al mundo.

Cada caso, desde el inmenso esfuerzo del docente que aplica el citado mantra goethiano, otorga a diario el alimento espiritual necesario para mejorar –o eso nos proponemos-, no con la intención de que se adapten a la sociedad –bien decía Krishnamurti, <no es saludable estar adaptado a una sociedad enferma>– sino para que puedan explorar sus potencialidades, su magnificencia humana y sepan que, a pesar de lo que se pueda decir en el mundo, ellos son seres llenos de capacidades, valiosos y magníficos. La historia nos ha mostrado un sin número de casos de mentes brillantes que fueron denostadas en sus entes educativos por no calzar en el modelo, por tener potencialidades diferentes, muchos condenados al ostracismo salieron con dificultad de ese calvario para cambiar nuestra historia ¿Cuántos no habrán perdido la batalla contra el sistema y no lograron dar  lo que venían a entregarnos? Nosotros nos esforzamos por no cometer ese error.

Quizás por lo anterior, pese a mi profesión,  suelo ser reacio a los diagnósticos, muchas veces ciegan y ponen una gran etiqueta que no permite ver a la persona, son planos de ruta para poder comprender, no más que eso;  si veo al niño con espectro autista, al que tiene déficit atencional o cualquier otro caso, como su diagnóstico, estaré cegado; debo verlo, insisto, como una persona con algo para dar al mundo, como un ser hambriento del alimento correcto para su ser y no hay alimento más efectivo que el que se da a sabiendas de que se ama y que, concienzudamente, se observa y se busca.

Es importante resaltar que algunas veces existe aprensión frente a estos casos y como pueden afectar a <los sanos>, sin embargo, con la existencia de un grupo sólido y un maestro empoderado en sí mismo, que actué siempre con amor y decisión, se avanza, ya que la persona misma es un dador de enseñanzas y su estancia en el grupo es acogida con amor y fortaleza. Aún recuerdo cómo, a pesar de los problemas generados en el curso por un caso, a su ausencia, sus compañeros le extrañaban y preguntaban por él. Al pasar del tiempo, su integración y mejora en muchas de las dinámicas del grupo era asombrosa, el grupo lo había acogido y junto al maestro le habían permitido germinar. Bien decía María Zafra, pedagoga Waldorf española, <la educación de personas con otras habilidades se basa en sus potencialidades, en el humano que es, no en el síndrome que le aqueja, por ello no retrasa al grupo, se enriquecen mutuamente>

Recuerdo que en una investigación que realicé con niños con síndrome de Down, el aislamiento en centros de educación especial o bajo modelos de inclusión solía retrasar significativamente su potencial de desarrollo, por otro lado, al participar de modelos en que eran tratados como iguales, sus capacidades llegaban bastante alto y sus compañeros se desempeñaban particularmente bien pues se generaba una red de constante <dar y recibir> entre todos. De alguna forma eso es lo que se proyecta en algunas de las esferas de los infantes de nuestra institución.

Sin embargo, no todo en esta reflexión ha de ser color de rosa. Ciertamente se necesitan muchas otras cosas para poder acoger casos con diferentes potencialidades, por ejemplo, una extensa red de apoyo terapéutico, antroposófica o alopática; una alta atención del maestro por cada caso, lo que reduce el número de niños con alguna necesidad por clase; y la convicción docente de aceptar esta situación para capacitarse día a día en cómo lograr alimentar, cognitiva y espiritualmente, cada caso. Por otro lado, las restricciones físicas sólo nos permitirán desarrollar hasta un punto ese potencial pues, si bien la alma humana nunca enferma, solo puede manifestarse hasta donde su cuerpo físico se lo permite. Pero que esto no los desaliente, suele ser mucho más de lo que se afirma en las esferas convencionales.

Termino esta reflexión con el pensamiento de Zafra, quien nos invita a <Tener en cuenta la necesidad del otro es pensar la necesidad del mundo entero>. Todos estos casos nos abren los ojos, nos enseñan la humildad y retan nuestro ser para repensar la necesidad del mundo entero, no como un sistema único de moral, sino como un ente cambiante y diverso.

 

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