Raul Alberto Montoya Rodriguez
Psicólogo con enfoque logoterapeutico y docente Waldorf del colegio Rukantu
Aquel día me encontraba muy emocionado. Ya tenía preparado todo para comenzar un año grandioso con mis nuevos alumnos. Había preparado un bello cuento que complementaría la historia que había realizado unos días antes, momento en que nos habíamos conocido todos y en una Minga, que es trabajo comunitario, y arreglaremos todas las instalaciones de nuestro colegio ¡Qué emoción latía en mi corazón en ese momento! Pero me esperaba un reto terrible, una situación no vista por nadie vivo.
Yo estaba en un camión de apicultura, de regreso al pueblo. Me había sumergido en en los verdes bosques de las montañas del sur de Chile como apicultor. El trabajo duraría una semana y me aportaría valiosa información para mis clases y para mi alma. Razón por la cual tampoco llevé mayor conexión tecnológica. Mi vínculo, en ese momento, era con la naturaleza y con mi interior. Ocho días de mucho silencio, contemplación y trabajo. Por ello, cuando venía de regreso y empezamos a ver la reacción de la gente en las gasolineras y abarrotes nos sorprendimos mucho. El virus, en teoría lejano y con casos aislados, había reventado en esos siete días. El país estaba en alerta roja y ese mismo lunes, el día en que comenzarían las esperadas clases, llegaría la cuarentena. La historia de la pandemia había comenzado.
Con esa historia, también se abrían preguntas, quizás más banales para unos, pero que para nosotros, como colegio cien por ciento Waldorf, eran vitales. Como varios de nuestros lectores saben, la educación Waldorf se basa en la experiencia y relaciones que se construyen alrededor de un entorno rico, cálido y estimulante ¿Qué hacer entonces frente a la virtualidad, único sistema posible de contactar con otros durante la pandemia?
Las investigaciones mostraban las dificultades que este tipo de sistemas podría crear en los infantes, sobre todo en los más pequeños. Muchos colegios Waldorf decidieron de lleno no abrir, esperando penelopicamente a que las restricciones fueran temporales. Nosotros también tomamos esa decisión durante un par de semanas, sin embargo, el análisis de la situación mundial mostraba que no cesaría pronto y debimos ponernos manos en la masa.
Para ello recordamos grandes ideas de la antroposofía, entre ellas, que uno puede y debe usar las cosas en el mundo, que la ciencia espiritual está también para comprender los fenómenos y, desde la profundidad ontológica, resignificarlos dándoles un nuevo impulso. Esta tarea no era sencilla.
1. Debiamos, en primera instancias, dar <<calor>> al frío innato de la tecnología de las pantallas, que se caracteriza, entre muchas cosas, por <<cristalizar>> y <<enfriar>> al humano, sin embargo, y aunque sólo son una versión enlatada de nosotros, podemos llenarla de calor, pues, aunque nuestras emociones vayan ralentizadas y por partes, aún podemos manejar el desarrollo de los vínculos . Así pues, lo primero que abarcamos fue el trabajo emocional y la adecuación de los espacios, del estudiante y el docente, para así poder seguir creando mundos tibios. Reflejar el estado de ánimo, ahondar en el diario de los niños y dejarlos conversar entre ellos periodos largos nos permitió dar dinamismo y humanidad al entorno.
2. También debíamos afrontar la <<extracción>> de vitalidad que producen las pantallas en los estudiantes, pues, en principio, por más calor que lograremos generar, estos se cansaban y distraian, incluso al doble de velocidad de lo normal. Por ello realizar clases largas puede ser una pérdida de tiempo, sobre todo en los cuatro primeros cursos. Tuvimos, pues, que ser flexibles y estar atentos a cuándo debemos terminar o modificar un contenido para que no reste más vitalidad. Se volvió casi que un juego de <<tire y afloje>> donde, como una cometa, que se eleva rauda e intermitente en un día ecléctico, debe ser bien controlada en el hilo que se le suelta y se le recoge.
3. También, retomando nuestro primer punto, se debió estimular la participación al máximo, incluso más que en el salón, esto para lograr crear ese calorcito que hay en cada impulso que aporta algo al mundo, fomentando diálogos e interacciones enriquecedoras, incluso si estas se salían de la línea de clase habitual. Algunas veces, lo mejor era subirse en dicha ola y dejar que bajase para la siguiente clase retomarla
4. Para poder mantener todo este flujo se tuvieron que crear rutinas claras entre todos los participantes, un contenedor cómodo que, a pesar de las olas y vuelos inesperados, diera un lugar seguro, constante y firme para desarrollar las actividades. Este entorno rítmico se debe extrapolar en casa, ya que allí la incertidumbre del núcleo familiar también afectaría (y afectó) a los estudiantes, ya que un entorno caótico genera caos. Por ello creamos espacios exclusivos para la clase, intentando replicar ese espacio que representa el colegio para los más pequeños. No importa que sea la habitación o la cocina siempre y cuando sea cálido, confortable y ordenado; lo importante es que sirva para sumergirse en la clase.
5. Tampoco se debe de olvidar el lado artístico y espiritual. Más que nunca, y aunque llegue algo envasado y difuso, la música, el movimiento, el canto y el dibujo movilizará elementos vitales para el aprendizaje y la salud del niño pues son cosas que precisamente se perdieron en ese proceso y que son importantes para su desarrollo. En el caso del movimiento, las rondas, adaptadas a los espacios, buscaban crear esos gestos de contención y tranquilidad. Llenar sus corazones y activar sus fuerzas interiores para hacerlos sentir vitales y llenos. La música les emocionaba con letras alegres y llenas de raudas melodías, el dibujo y la pintura les ayudaban a expresar su mundo interior y por último, la poesía y el canto brindaban pequeñas gotas para fortalecer su alma y espíritu, siendo un tónico curativo frente a los hechos.
6. Por último, pero no menos importante, es la asesoría constante y reiterada a los apoderados. Si bien siempre se lleva a cabo dentro de los impulsos Waldorf, en la virtualidad ellos controlan el espacio que da esa seguridad y es propicio para el desarrollo interno. Nosotros, los docentes, no podemos hacer mucho. Ellos deben hacerse cargo de materializar muchas cosas que no podrían llegar de forma virtual, tal como la mesa de estación o la disposición del espacio. Por otro lado, ellos también pasaron (y puede que sigan pasando) momentos complejos que el pequeño absorberá sin entender y lo refleja al docente. Por ello, trabajar con ellos sus tres campos del ser, de manera flexible pero constante, logrará que el grupo llegué a buen puerto
Es importante resaltar que, siendo la antroposofía una ciencia, todos estos pasos están sujetos a cambios constantes, a análisis y revisión de su efectividad. Precisamente porque cada ser humano es un ser libre y único, algunos pasos puede que sobren y otros falten. En mi caso, por ejemplo, tuve que experimentar mucho con los tiempos y ánimos de mi grupo, sobre todo en los descansos y cómo afrontan las distracciones internas de las clases. Un protocolo de hasta cuatro experimentos para, ya muy cerca del final del 2020, lograr encontrar el propicio. Al igual que en el salón presencial, cada día es un nuevo reto y no existen recetas claras, pero, estas reflexiones, ayudaron bastante a lograr encontrar el norte en los tormentosos mares del año que nadie imaginó.